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  1. No hay una forma correcta de decir adiós

    domingo, 17 de noviembre de 2013

    Siempre mencionaste que escribir era la mejor forma de expresarme, lo denominabas mi fuerte, la única forma de saber lo que realmente siente mi corazón. Hoy he decidido escribirte una, el motivo es muy simple ya no escribo cartas en el tejado.

    Ha recurrido ya un tiempo desde el último abril que nos unió. El recuerdo parece nítido, solo me basta cerrar los ojos para poder encontrarme en Florencia caminando en pleno verano con el sol resplandeciendo siendo una turista más, despistada al andar metida en sus pensamientos sin nadie que la acompañe para prevenir la inminente caída que se asomaba, nadie excepto tú.

    El simple tacto del rozar de tus yemas sobro mi piel causo lo que la gente ha llegado a dominar como electricidad. Me revolviste completa, de pies a cabeza, de arriba abajo. Derrumbaste mis barreras en cuestión de segundos. Me dejaste indefensa sin conocer mi nombre.

    Murmuraste en un italiano masticado si es que me encontraba bien. Tus grandes ojos cafés siempre estuvieron clavados en mí, nunca los apartaste ni por un segundo, ni por un pestañeo. Yo te observaba anonadada, capturando cada detalle de tu rostro. Sintiendo que desde hace mucho te conocía sin nunca haberte visto.

    Después de aquel murmullo ninguno de los dos fue capaz de volver hablar. Estábamos solos, rodeado de miles de desconocidos atentos a nuestros movimientos. Estáticos pero moviéndonos, moviéndonos sin que el movimiento fuera real.

    ¿Alguna vez experimentaste eso? Es la pregunta que siempre he querido hacerte, saber si viviste en carne propia todos los sentimientos que no sabía que existían hasta el momento de nuestro encuentro, hasta que la casualidad se hizo presente y prendiste todas las luces de mi ser. Tendré que quedarme con la esperanza de que si lo sentiste, que sentiste las estrellas a plena luz de verano.

    He decidido irme, sin decirte a donde. Porque amor mío te estoy perdiendo y esta pobre muchacha no sabe si podrá seguir en pie después de la despedida que está tocando nuestra puerta.

    Aun siento el sonido de tu voz preguntándome ¿Qué os sucede? Nuevamente las palabras no se hicieron presente y solo te contemple, grabando en la iris de mis ojos, tus pequeños ojos marrones. Te llevo tatuado en la piel. Roce tu rostro y bese por última vez tus labios.

    Te he llegado amar. Te he llegado adorar. Y lamento que nunca llegue a confesarte  que el cajón de la repisa al lado del espejo, ese que siempre está cerrado con llave, ese lleva todo lo que nunca fui capaz de decirte. El cajón es mi corazón, cuídalo y perdóname.